sábado, 3 de octubre de 2015

UNA DE JAMÓN...

Tengo el blog más parado que la segunda línea del metro, y eso no puesé, así que hoy me he dicho "illo ponte a escribir algo anda" y me he vuelto a contestar "que dice cabeza, con la resaca que tengo encima me voy a poner a escribir yo ahora por los cojones". Al final ha ganado el otro y aquí estamos, sin mucho que contar...

El caso es que corría el año 453 a.C., mes arriba mes abajo. Y en una pequeña aldea de lo que viene siendo ahora el territorio entre Huelva y Badajoz, había un muchacho joven tartesso con más hambre que el tamagochi de un sordo, y el pobrecito mío no tenía ni un hueso chupao de aceituna que llevarse a la boca.

Y un día dijo el colega ¡Se acabó el no comer! Aprovechando que su vecino se había quedado dormido profundamente como si estuviera viendo un Getafe-Levante, se coló en en su despensa, un cuarto de madera donde guardaba toda la carne de los animales que criaba; cerdos, gallinas, vacas y demás animalejos de granja. Después de pensar durante un rato qué era lo que se iba a llevar, de decidió por la pata de un cochino que parecía que acababan de cortarla porque se veía aún con bastante sangre. 

Cogió la pata y salió pitando de allí con la mala suerte de que con la pezuña del animal tiró una estantería llena de utensilios de carnicero, haciendo un ruido tremendo, con el consiguiente despertar del susodicho adormilado que se despertó sobresaltado. Se asomó por la ventana y vio a nuestro hambriento protagonista saliendo con la pata del cochino en los brazos. 

Rápidamente, cogió su piedra de llamar y llamó a la policía tartésica que al momento se pusieron en búsqueda del ladrón del cochino.

Nuestro joven corría por medio del bosque lo más rápido que la pata del cochino le dejaba, hasta que a lo lejos divisó una patrulla de polícias por lo que tenía que actuar rápido si no, se quedaba sin comer. Volvió sobre pasos y se dirigió a una cueva de sal; y detras de unas rocas ocultó bien oculto la pata de aquel cerdo la cual tendría que esperar poder hincarle el diente.

Salió de la cueva y a los pocos pasos, notó como una mano le tocaba el hombro; eran los policías tartésicos, estaba perdido. Después de darle su correspondiente jartá de sopapos, lo metieron en la cárcel.

Allí pasó unos cuatro años aproximadamente con una sola cosa en su mente. Buscar la pata del cochino que dejó en la cueva. Y allí que fue, decidido. Y cual fue su sorpresa que aquella pata de cerdo había cogido un color amarillento y su ilusión se desvaneció. Aun así, agarró una piedra afilada y lo abrió, le quitó aquella piel amarillenta y dentro se podía ver un color rojizo bastante llamativo. Lo probó y le encantó, aquello era la mismísima ambrosía, desde entonces supo que no volvería a comer otra cosa...

Cualquier parecido con la realidad es pura investigación histórico-científica de como se inventó el jamón. 

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