miércoles, 10 de marzo de 2021

LA PRETEMPORADA INFINITA

El fútbol; ese maravilloso deporte que gusta tanto verlo como practicarlo. Que une a ricos y pobres, a los de un lado político y a los de otro, a los canijos y a los "gorditos", a los solteros y a los casados...

Y es que, cuando nos adentramos en las profundidades del fútbol amateur y más aún en el de las pachangas; el fútbol se convierte en una vía de escape, nuestro refugio, el paracetamol recetado por el médico de cabecera que hay que tomar al menos, una vez a la semana.

Porque nos encanta el fútbol, y escaparnos de los quehaceres del día a día, nos gusta aún más. Y por qué no decirlo, creernos durante una hora que somos Xavis, Messis o Ronaldos. Aunque extrapolándolo a una época más "nuestra", sería creernos Henrys, Del Pieros, Zidanes o Djalminhas, aunque la realidad sea una cosa muy distinta.

Pero a nosotros nos da igual, vamos con la ilusión de un chiquillo al campo de fútbol con ganas de demostrar que al menos, aún somos capaces de dar dos carreras y dar pases con el interior al compañero de al lado, que aunque parezca fácil, no lo es.

Una hora de puro espectáculo para el que lo vive desde dentro, pero una hora de vergüenza ajena para el que lo ve desde fuera, que por lo general, no suele ser nadie... menos mal.

Y esto, y me remito a mi primera frase, es maravilloso; una amalgama de tíos bien entrados en la treintena que durante ese ratito se sienten como cuando tenían once años pero con el físico de señores de sesenta y tantos.

Porque esa es otra. El físico. Que da para lo que da, ni más


ni menos. Como no haya cambios, llegando al minuto 50, se empiezan a ver esas miradas de soslayo al que te pasa como un avión y ni se intenta alcanzarlo, o los brazos tirando de la camiseta en un escorzo por intentar apoyarte en alguna parte. Pero lo que más se suele escuchar esos días en los que en el personal está más frito que de costumbre es "¿pero este hombre cuándo va a pitar hoy?" de alguno que está a un sprint de ser ingresado en García Morato.

Y si ya de por sí el físico es cortito, en un año de pandemia en el que podemos dar gracias de "echar nuestros ratitos", es el de Van de Vart cuando llegó al Betis. Porque te abren limitaciones, juegas dos o tres semanas seguidas, vas cogiendo el "tonito" y de repente ¡PAM! Cerrojazo de nuevo durante un mes y a empezar de nuevo.

Y en esas estamos, intentando coger un tono físico que nunca llega y demostrando que a estas edades aún se puede dar espectáculo. Ya cada cuál que decida si es del bueno o del malo.

Pero como decía al principio, esto no es más que la excusa tonta para desconectar un rato, entre colegas, haciendo lo que más nos gusta y terminando como no podía ser de otra manera, en el bar. Porque al final, el resultado es lo de menos.

A ver si puede ser que unos meses la cosa ya está bien del todo y podamos vernos sin mascarillas, seguir pensando que lo podemos hacerlo en el campo mejor de lo que lo hacemos ya y cerrando bares tras el partido un lunes o un martes como si no hubiera mañana; que de eso se trata. De echar un ratito y desconectar. 

viernes, 19 de febrero de 2021

DE LAGRIMONES GORDOS

Y es que claro, llega este tiempo y a uno sólo le apetece estar en la calle y estar bebiendo cervezas y degustando garbanzos con bacalao, espinacas, pavías y/o boquerones en adobo... porque uno lo intenta, pero no es de piedra.

De lleno, ya, así como el que no quiere la cosa, metidos de pleno en Cuaresma, y por mucho que lo intentemos, hay cosas a las que uno no puede volverle la cara o intentar obviarla, porque es que no se puede, es superior.

No sé vosotros, pero yo procuro mantenerme alejado emocionalmente de todo lo que nos estamos perdiendo por culpa del Covid. Me refiero a que no lo pienso detenida y fríamente, porque si lo hiciera... bueno, ahí está el título de la entrada, me echaba a llorar.

Porque una cosa es perderse una "cena de empresa" en navidades y unas copichuelas (¿se sigue diciendo "copichuelas"? o un sabadete de estos de mediodía que acaban convirtiéndose en domingo de resaca con su caldito de puchero y hojita de hierbabuena,  y otra muy distinta perderse una Cuaresma.

Intentas abstraerte haciendo algo de deporte, enganchándote a más y más series, pero claro, te pega el sol en la cara, hueles a azahar, los incensarios empiezan a echar el humerío y la cabeza te da vueltas y más vueltas y lo único que tienes ganas de salir a la calle y disfrutar de la gente y de lo tuyo; de las visitas a las iglesias, de los cultos, de los montaditos de pringá... pero nada, que no va a poder ser, o al menos, no de la misma manera.

Porque claro, de ver procesiones en la calle, ni hablamos. Otro año que nos quedamos sin izquierdos por derecho, sin Llamador, sin cera por las calles y sin "mira, ya se ven los ciriales"... ¡Ay!

Por eso procuro pensar poco, porque si te pones a avanzar un poco en el tiempo, tampoco vamos a tener albero en los zapatos, farolillos de colores ni madrileños pronunciando las "jotas" correctamente.

Así que lo dicho, lo mejor es no pensarlo, cuidarse mucho, no aglomerarse e intentar entre todos que esto pase lo más pronto posible y volver otro año más a disfrutar lo nuestro como realmente hay que disfrutarlo, pero vamos, de lagrimón gordo.

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