El otro día leí un artículo del ABC que se titulaba "Cuestión de gustos", escrito por Rodrigo Cortés; que por cierto, es un personaje del que cada día soy más fan gracias, sobretodo, a los podcasts de "Aquí hay dragones".
En el artículo, el autor hablaba sobre lo que le gustaba y no le gustaba, y comentaba que sin ser muy habitual de los bares, eran algo que sí le gustaba que existieran, y muchos, y sentía la situación hostelera de estos momentos.
"Por eso me gustan los bares, aunque no vaya mucho. Porque me gusta que estén. Por eso. Para que no todo sean papelerías (aunque me gusten las papelerías, que también quiero que estén). Me gusta lo que me gusta y lo que no me gusta. Como a tantos."
La verdad es que fue un artículo que me gustó bastante y me hizo pensar. Sí, eso que desde siempre se me ha dado tan malamente que diría la de la apropiación cultural. Y como no, me dio por pensar en bares.
Y es que, estoy seguro que hablo en nombre de casi todo el mundo cuando digo que en nuestros mejores recuerdos, en nuestras mejores historias, en nuestros mejores días, siempre hay un bar.
Ya pueda ser un reencuentro, un mirada, unas risas, unas caricias, un beso... seguro que había un bar cerca de todo eso.
Puede que no supiéramos lo que teníamos o puede que sí, y lo dábamos como algo normal. Y es que, pasan tantas cosas en un bar...
Y lo que nos gusta por estas tierras un bar, ya sea para ir a comprar el pan o ya sea para ir la Hermandad, la parada en el bar es obligatoria, y hombre, si el camarero ya te trata por tu nombre, eso es nivel "PRO". Porque eso que no falte, nos gustan mucho los bares pero también somos muy "especialitos" y nos da por creernos más de lo que somos porque el camarero se sepa nuestro nombre (de lo pesado que nos habremos puesto alguna que otra noche en la que se nos fue de las manos con el vino de naranja.)
Y por supuesto, la visita al bar no se libra ni aunque hagamos algún tipo de práctica deportiva, es más, sé de muy buena tinta que el deporte es la excusa perfecta para ir a un bar. ¿Y lo bonito qué es que sea la una de la madrugada de un miércoles y estar en calzonas con una cerveza en la mano explicándole al dueño del bar que los dos "chiquininos" no pueden jugar juntos porque son los que más corren, mientras el pobre recoge las mesas? Eso no se paga con dinero. Esa felicidad de poder disfrutar de esos momentos, y ni mucho menos está pagado a ese hombre que nos aguanta todas las semanas.
Que tampoco digo que esto sea verídico, pero que podría haberlo sido. ¿O lo fue?
O la felicidad de estar horas y horas trabajando y que el bar de al lado esté abierto, y el dueño, al verte tu carita de cansancio decida aguantar un poco más para que tú puedas disfrutar de un ratito a gusto, sin más preocupaciones que estar sentado en un taburete en la barra viendo la condensación que se forma en el vaso de caña de cerveza.
Y es que, ¡qué bonito es un bar! Y más aún, si tiene un tirador que marca que la cerveza se encuentra a -2º, entonces ya no hay Botticelli que se le compare.
Como diría Rodrigo Cortés, "me gusta que haya bares", aunque yo sí sea bastante asiduo a ellos, y no me gusta verlos cerrados. Porque ver un bar cerrado es sinónimo de tristeza, de que a alguien le va mal y de que allí ya no se podrá compartir un ratito de felicidad.
Aunque claro, también pasa que llega un día que piensas sólo en la gente de a fuera, esos que te pagan un trozo de pan congelado con jamón plastificado a precio de oro, y cuando los de fuera no pueden venir, se acabó el negocio. Aquí hay que llegar a un punto intermedio, porque no se puede pretender que te echen una mano los mismos a los que no has cuidado.
La cosa pinta regular, objetivamente y sin entrar en temas políticos, eso lo dejo para el pajarito azul, pero sí, está la cosa chunga, y no sólo en los bares, aunque aquí se venga a hablar de bares.
Sólo espero que el esfuerzo sirva para que más temprano que tarde, podamos estar como siempre, como nos gusta estar tanto a los de un lado de la barra como a los del otro, como a los que están los dos; sin mascarillas, dándonos más abrazos con cada copa que sigue apareciendo con los "¿ya te vas? Si acabas de llegar, ¡pídete otra, hombre!" viendo las cuentas con tiza apuntadas en la barra, los camareros que se saben la carta mejor que su dnis y con un sinfín de historias que quedan por contar. Nos pueden las ganas, a todos, pero hay que aguantar.
Un poquito más... que ya mismo vamos a estar tomando "la penul".
Venga, que ya mismo estamos en Campana.